El presidente Herbert Hoover acababa de anunciar, en la primavera de 1928, tras una espectacular subida de la bolsa de Nueva York, que “a la vuelta de la esquina aguardaba la abolición de la pobreza.”
Herbert Hoover
Los expertos en bolsa advertían que los valores estaban sobredimensionados, pero tuvo que llegar el “martes negro” -29 de octubre de 1929- para contemplar su desplome. Los banqueros lo venían anunciando, mientras Hoover insistía, desde su Edén presidencial, en que “la economía del país tiene una base sólida y próspera.” Los inversores pusieron a la venta más de 16 millones de acciones para poder cubrir las necesidades de otros activos. Miles de ciudadanos perdieron sus ahorros y su fe en la hasta entonces “perfecta maquinaria del capitalismo americano.”
Imagen de Nueva York tras el desplome de la bolsa (24, 28 y 29 de octubre de 1929)
El resultado inmediato fue la reducción del consumo. Ésta, a su vez, provocó la acumulación de stocks en los almacenes de las empresas. Las empresas iniciaron en consecuencia expedientes de empleo. Los desempleados se vieron incapaces de pagar sus préstamos, mantener sus casas o llenar la cesta de la compra. La producción de automóviles descendió de 4,5 millones de unidades a 2,7 millones. Cuando la Ford cerró su planta de Detroit en 1931, más de 75.000 trabajadores se fueron a la calle y la industria auxiliar quedó gravemente afectada por el efecto multiplicador del cierre. En 1932, sólo en la ciudad de Chicago se habían perdido 700.000 empleos.
En 1930 sellaron sus puertas más de mil bancos, sometiendo a sus clientes a la humillación de guardar cola con la vana esperanza de sacar el dinero de sus cuentas. Cuando el Banco de los Estados Unidos de Nueva York echó la cancela, inmovilizó los ahorros de casi medio millón de depositarios.
Clientes haciendo cola para sacar sus ahorros del bando (1933)
La depresión industrial arrastró en su caída a la agricultura. La bajada del consumo dejó en la calle a los braceros y en la ruina a los más modestos y los más sólidos agricultores. El gobierno federal se comprometió a comprar los excedentes agrarios –especialmente trigo y algodón- para evitar el desplome de los precios, pero no tomó ninguna medida para controlar el exceso de producción. La sobrevaloración de los productos agrícolas por parte de las agencias federales chocaba con un mercado en el que los precios se precipitaban hacia el abismo. Para el colmo, parte del país sufrió en 1930 una sequía que esquilmó las cosechas.
La lista de indicadores económicos que reflejaban la situación real, no la oficial, es larga: las inversiones empresariales bajaron de diez mil a mil millones de dólares; el producto nacional bruto se redujo a la mitad; el desempleo alcanzó los 13 millones. El presidente Hoover anunció entonces las primeras medidas para atajar el problema: la Reserva Federal debería bajar los tipos de interés para incentivar la solicitud de préstamos y ayudar a los propietarios de casas a pagar sus hipotecas; había que estimular la producción y la creación de empleo con un programa de inversión pública; deberían reducirse los impuestos. Por último, los líderes políticos tenían que animar a la población con mensajes positivos, insistiendo en que la economía del país tenía buena base y la prosperidad estaba “a la vuelta de la esquina”, resaltando la importancia de las organizaciones caritativas de carácter privado, dispuestas a proporcionar ayuda a las capas de población más afectadas, y apelando a “los principios de responsabilidad individual y local.”
La razón de fondo era que un estado de economía libre, un mercado regulado por la “mano invisible” (metáfora de Adam Smith, aunque no fue él quien la acuñó) no podía desequilibrar el presupuesto tirando el dinero público a un pozo sin fondo e interviniendo en la iniciativa privada. En palabras de Hoover, “el deber primordial del gobierno es mantener los gastos con arreglo a nuestros ingresos. La prosperidad no puede restaurarse saqueando el Tesoro Público.”
Una forma de contener el gasto fue subir las tasas aduaneras a las importaciones europeas y desinvertir en el extranjero, lo que empujó a muchos países a la devaluación de sus monedas, al desabastecimiento y al empobrecimiento general. En Estados Unidos, la falta de recursos obligó a muchos propietarios de inmuebles a dejar de cobrar los alquileres. Era preferible, como decían en Alabama, “permitir que la gente viviese gratis en las casas que dejarlas a merced de los saqueadores para utilizarlas como combustible para sus estufas.”
En 1932 fue elegido presidente Franklin D. Roosevelt, que fue acogido por los más escépticos como “otro Hoover”: “un hombre agradable a quien, sin grandes cualificaciones para su cargo, no le importaría nada ser presidente.”
Franklin Delano Roosevelt
La crisis inmobiliaria tras el derrumbe de la bolsa de Nueva York llenó las calles y las carreteras de vagabundos. En las ciudades se levantaron barriadas de chabolas conocidas como “Hoovervilles”.
Chabolas en una "Hooverville"
El hundimiento de la agricultura forzó a los campesinos a buscar trabajo en otra parte, siguiendo una senda de explotación y padecimiento, como describieron Steinbeck y John Ford en Las uvas de la ira.
Imagen del film Las uvas de la ira, de John Ford, basado en la novela homónima de John Steinbeck
Madre emigrante. Foto: Dorothea Lange, 1936
Era la oportunidad del Partido Comunista norteamericano y los activistas de izquierda, que afirmaban que en Rusia el desempleo era cosa del pasado y la agonía del proletariado una secuela del capitalismo.
Colas de indigentes frente un cartel de propaganda del "American Way of Life"
Los únicos peros eran su desprecio por las libertades individuales y la heterodoxia de antiguos exégetas del socialismo, como Bertrand Russell, André Gide, Arthur Koestler o Richard Wright.
Cuando en 1933 Roosevelt tomó posesión de la presidencia del gobierno, pocos confiaban en un discapacitado físico, inmovilizado en su silla de ruedas desde la infancia, a quien se le encomendaba la conducción de un carro lanzado cuesta abajo sin frenos y al borde de un acantilado. “Un gobernante”, alegó, “no tiene por qué ser acróbata.” En su discurso inaugural aseguró: “Lo único que hay que temer es el propio miedo… La nación exige acciones, y acciones inmediatas.”
Roosevelt elaboró un paquete de medidas legislativas para permitir la intervención del gobierno en la economía, algo que los conservadores denunciaron como “la más colosal invasión del espíritu de libertad que jamás ha visto la nación.” La primera medida fue un truco de magia: se declaró una feria nacional bancaria para aliviar la presión de los clientes sobre los bancos. Se prohibió la acumulación de oro en manos privadas y su exportación. Se promovió un fondo de garantías que tranquilizara a los pequeños ahorradores. Se creó empleo público reforestando bosques, reparando carreteras y rehabilitando edificios oficiales. Para evitar el desplome de los precios, se abonó a los agricultores la quema de sus cosechas y a los granjeros el sacrificio de millones de cabezas de ganado. Aquello sentó bien a los esquilmados bolsillos de los campesinos y mal a centenares de miles de indigentes.
En 1935 se abrió un agencia de promoción del empleo de enorme popularidad, la Works Progress Administration (WPA), que daría trabajo a nueve millones de personas.
Cartel de la Works Progress Administration
Agricultores solicitando subsidios de la WPA
El Proyecto Federal de Artes Escénicas, Artes Aplicadas y Escritores proporcionó entretenimiento a millones de espectadores y lectores, algo que se consideró como una auténtica revolución cultural.
El escritor Richard Wright formó parte del Federal Writer's Project
Pero competir con la iniciativa privada obligaba al gobierno a elevar los bajos salarios o bien soportar la ira de los políticos y populistas radicales, que recurrieron al discurso más furibundo. Uno de ellos, el senador Long, exigió el reparto de las grandes fortunas entre los necesitados.
El senador Huey Long
El irlandés Coughlin, conocido como “el cura de la radio”, aprovechó su retórica para embestir contra los banqueros, la ingeniería social del New Deal y la supuesta connivencia entre Roosevelt y el comunismo.
Dos imágenes de Charles Coughlin, "The radio priest"
Por su parte, el médico jubilado Francis Townsend inició una campaña para denunciar la precariedad de los pensionistas y las personas mayores con trabajo en precario. Townsend propuso que el gobierno entregase a cada persona de más de sesenta años una pensión de 200 dólares mensuales a condición de que todos renunciasen a su empleo y se gastasen ese dinero antes de fin de mes. Ello debía conducir al aumento del consumo y a la creación de nuevos puestos de trabajo. Los economistas advirtieron que el coste de la subvención esquilmaría las arcas del estado.
Francis Everitt Townsend
"Club Townsend" para jubilados de New Jersey
Roosevelt siguió con su línea de reformas, acentuando la importancia de la competitividad y el aumento de la fiscalidad sobre las grandes fortunas. Se inició un programa de electrificación rural, reducción del chabolismo y la construcción de pantanos.
Bonneville Dam (Oregon State Archives image No. OHD696)
Finalmente se implantó la Seguridad Social, que algunos norteamericanos denunciaron como una hija del socialismo que infringía los principios de la economía liberal.
La popularidad del presidente subió con sus íntimas “Charlas junto a la chimenea”, rápido atajo para llegar a las masas a través de la radio.
Roosevelt ante los micrófonos de la radio en 1937
Sin embargo, en junio de 1937 la bolsa cayó en picado, aumentó el desempleo y comenzó “la recesión de Roosevelt”, agravada por la actitud del ejecutivo al estilo de Hoover: “Todos firmes y tranquilos. La cosa se va a arreglar.”
Aceptando la correlación entre gasto militar y capitalismo, lo que salvó al país fue el estallido de la Segunda Guerra Mundial. El ataque sobre Pearl Harbor y la entrada del ejército norteamericano en los campos de batalla europeos beneficiaría la industria, el empleo y la confianza en los líderes políticos.
Ataque japonés sobre Pearl Harbor en 1941
La nación entró en un ciclo de crecimiento jamás experimentado.
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P.S. El desplome de las bolsas del mundo en septiembre y octubre de 2008 parecen anunciar una nueva Gran Depresión a escala planetaria.
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Extraído de: http://www.etnografo.com
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