jueves, 18 de noviembre de 2010

El absolutismo monárquico

Con la consolidación de los estados modernos, y la desaparición de los distintos reinos feudales de la Edad media, que habían originado la fragmentación del poder entre numerosos señores feudales, surgió un régimen político caracterizado por la concentración del poder en la persona del rey, donde los poderes no están separados, para su control, sino, por el contrario, unidos para robustecer la capacidad de mando del monarca, que puede de ese modo, elaborar las leyes, aplicarlas, administrar el estado, y ejercer el poder militar.
Del latín “a legibus solutus”, significa, libre de ataduras legales, y justamente, el rey es quien podía decidir cualquier cuestión a su arbitrio, y sin sujeción a normas, que existían sólo para los súbditos.
Esta forma de gobierno encontró sustento en las ideas de Bodin en el siglo XVI y Bossuet o Hobbes en el siglo XVII.
El francés Jean Bodin (1530-1596) escribió numerosas obras, como por ejemplo “Seis libros de la república”, donde expresa “el soberano no tiene que rendir cuentas sino a Dios”.
Thomas Hobbes, filósofo inglés (1588-1679), vivió en una época conflictiva por los enfrentamientos entre los partidarios del absolutismo monárquico y los parlamentarios que querían un rey con poderes limitados por un Parlamento. Su teoría del Estado fue producto de la búsqueda de un estado más pacífico y seguro, y la elaboró durante su exilio en París. Su máxima obra, fue “Leviatán” (1651), donde parte de la existencia de un estado de naturaleza, anterior a la existencia misma del estado.
Para Hobbes, los primeros hombres que vivían libres sin autoridad ni leyes, lo hacían en un estado de guerra permanente para lograr su subsistencia. Según sus palabras “el hombre es un lobo para el hombre”. Para garantizar la seguridad y el bienestar de todos, los hombres renunciaron a todos sus derechos, salvo el de la vida, por un pacto irrevocable, para que el Estado les garantice a todos que vivirán en paz. Así nació para este autor el estado absolutista, que es para él el único posible. Puede observarse que para Hobbes son los propios hombres, mediante un contrato quienes le otorgan al monarca el poder absoluto, y no hace provenir esta autoridad de Dios, como Bodin.
El francés Jacques Bossuet (1627-1704) se mostró partidario del absolutismo con las siguientes características: la monarquía debía ser sagrada, absoluta, paternal y sometida a la razón”. El único límite a la autoridad del rey lo halla en la ley divina.
El origen de tan inmenso poder, en la mayoría de los pensadores, salvo Hobbes, estaba en Dios, teoría que se veía sustentada, además, por el antiguo Derecho Romano. La divinidad se lo había concedido para que pudieran gobernar libremente y sin ataduras, que en la práctica significaba que debían ejercer su autoridad sólo sujeta a los mandatos de la ley divina, lo que los obligaba a ser justos y dignos de tan gran privilegio. Sólo algunos monarcas lo fueron.
Un límite a tan vasto poder lo representaban los miembros de la nobleza, que gozaban de amplios privilegios sociales y económicos, estando integrados a la burocracia (como funcionarios) y a la milicia. El clero también constituía una clase privilegiada y gozaba de amplios derechos.
Con el convencimiento de la utilidad de la aplicación de la teoría económica del mercantilismo, que aseguraba que los países serían ricos y poderosos con una balanza comercial favorable, o sea, que las exportaciones superaran a las importaciones, se vieron obligados durante el siglo XVII, a fomentar el desarrollo industrial, favoreciendo así a una clase social, que pertenecía al conjunto de la población no privilegiada, el estado llano o tercer estado, que pagaba los impuestos con los que el resto de los estados se beneficiaba, y que se dedicaban a las actividades comerciales e industriales.
Sin embargo, el fortalecimiento económico de este sector social, sería en definitiva, el que pondría fin al sistema de monarquías absolutas, cuando considerándose dueños del poder económico, estas personas, llamadas burgueses, decidieron que debían participar del poder político, y no sólo obedecer en un estado que ellos económicamente sostenían. Esto ocurrió a partir de mediados del siglo XVIII, siendo su máxima expresión la Revolución Francesa.
En España, pueden considerarse absolutistas los gobiernos de Carlos I y Felipe II, pertenecientes a la dinastía de los Austrias, que fue en creciente aumento hasta hacerse fuerte en la dinastía de los Borbones en el siglo XVIII.
En Inglaterra, pude citarse como represente del absolutismo, a Jacobo I, de la dinastía de los Estuardo, que gobernó entre 1603 y 1625. Entre 1640 y 1648, Inglaterra debió hacer frente a una revolución que puso fin a este sistema, que recién fue restaurado en 1660 hasta 1668 en que una nueva revolución impidió el ejercicio del poder absoluto por parte de los monarcas.
En 1589, en Francia, el Borbón, Enrique IV trató de lograr la concentración de poderes, saliendo victorioso de la sublevación de la Fronda que ocurrió entre 1648 y 1653. Entre los años 1643 y 1715, Luis XIV, conocido como el “Rey Sol”, acuñó la frase “El Estado soy yo”, que simbolizaba la aspiración del absolutismo de la época. Fue un hábil diplomático, que organizó el mejor ejército europeo del siglo XVII.
Pero surgirán otras voces, como la de Locke (1632-1704) que se elevarán para pedir la limitación del poder del soberano para evitar el ejercicio ilimitado y arbitrario del poder. También habló como Hobbes de la existencia de un contrato social, pero para Locke el estado de naturaleza no era hostil sino que las personas vivían armoniosamente. El estado fue producto de observar las ventajas que traería su constitución, para lograr mayor seguridad y defensa de los derechos de todos, evitando la venganza privada. Para ello los individuos integrantes del Estado se reservaron el poder supremo y pudiendo destituir a los gobernantes si abusan de los poderes delegados por el pueblo, que son sólo los necesarios para poder ejercer su mandato.
Esta teoría del contrato social, va a ser profundizada por Rousseau (1712-1778), quien describe al estado natural como un paraíso donde todos los hombres son iguales y disfrutan de una abundancia de recursos que aseguran las necesidades de todos. Este estado natural es plenamente democrático ya que todos los hombres son iguales y no existe la propiedad privada. Fue recién cuando la naturaleza se tornó más rebelde generando cambios climáticos, cuando los bienes comenzaron a escasear. Esto originó la lucha por la posesión de los recursos que ya no abundaban y tornó la vida insegura. Entonces, los hombres sintieron la necesidad de crear un Estado que les brindara esa seguridad perdida, haciendo un contrato social, donde cada persona acepta someterse a la voluntad de la mayoría, que representaría la voluntad general.
Estas dos últimas ideas, junto a las de otros filósofos ilustrados, harían germinar las ideas democráticas, que luego de la Revolución francesa, irían paulatinamente aniquilando el régimen político del absolutismo monárquico para dar paso a un nuevo sistema: el democrático.
(Extraído de: http://www.laguia2000.com)

sábado, 13 de noviembre de 2010

La Gran Depresión de Estados Unidos (1929-1940). Emilio García Gómez

El presidente Herbert Hoover acababa de anunciar, en la primavera de 1928, tras una espectacular subida de la bolsa de Nueva York, que “a la vuelta de la esquina aguardaba la abolición de la pobreza.”


Herbert Hoover

Los expertos en bolsa advertían que los valores estaban sobredimensionados, pero tuvo que llegar el “martes negro” -29 de octubre de 1929- para contemplar su desplome. Los banqueros lo venían anunciando, mientras Hoover insistía, desde su Edén presidencial, en que “la economía del país tiene una base sólida y próspera.” Los inversores pusieron a la venta más de 16 millones de acciones para poder cubrir las necesidades de otros activos. Miles de ciudadanos perdieron sus ahorros y su fe en la hasta entonces “perfecta maquinaria del capitalismo americano.”


Imagen de Nueva York tras el desplome de la bolsa (24, 28 y 29 de octubre de 1929)

El resultado inmediato fue la reducción del consumo. Ésta, a su vez, provocó la acumulación de stocks en los almacenes de las empresas. Las empresas iniciaron en consecuencia expedientes de empleo. Los desempleados se vieron incapaces de pagar sus préstamos, mantener sus casas o llenar la cesta de la compra. La producción de automóviles descendió de 4,5 millones de unidades a 2,7 millones. Cuando la Ford cerró su planta de Detroit en 1931, más de 75.000 trabajadores se fueron a la calle y la industria auxiliar quedó gravemente afectada por el efecto multiplicador del cierre. En 1932, sólo en la ciudad de Chicago se habían perdido 700.000 empleos.
En 1930 sellaron sus puertas más de mil bancos, sometiendo a sus clientes a la humillación de guardar cola con la vana esperanza de sacar el dinero de sus cuentas. Cuando el Banco de los Estados Unidos de Nueva York echó la cancela, inmovilizó los ahorros de casi medio millón de depositarios.


Clientes haciendo cola para sacar sus ahorros del bando (1933)

La depresión industrial arrastró en su caída a la agricultura. La bajada del consumo dejó en la calle a los braceros y en la ruina a los más modestos y los más sólidos agricultores. El gobierno federal se comprometió a comprar los excedentes agrarios –especialmente trigo y algodón- para evitar el desplome de los precios, pero no tomó ninguna medida para controlar el exceso de producción. La sobrevaloración de los productos agrícolas por parte de las agencias federales chocaba con un mercado en el que los precios se precipitaban hacia el abismo. Para el colmo, parte del país sufrió en 1930 una sequía que esquilmó las cosechas.
La lista de indicadores económicos que reflejaban la situación real, no la oficial, es larga: las inversiones empresariales bajaron de diez mil a mil millones de dólares; el producto nacional bruto se redujo a la mitad; el desempleo alcanzó los 13 millones. El presidente Hoover anunció entonces las primeras medidas para atajar el problema: la Reserva Federal debería bajar los tipos de interés para incentivar la solicitud de préstamos y ayudar a los propietarios de casas a pagar sus hipotecas; había que estimular la producción y la creación de empleo con un programa de inversión pública; deberían reducirse los impuestos. Por último, los líderes políticos tenían que animar a la población con mensajes positivos, insistiendo en que la economía del país tenía buena base y la prosperidad estaba “a la vuelta de la esquina”, resaltando la importancia de las organizaciones caritativas de carácter privado, dispuestas a proporcionar ayuda a las capas de población más afectadas, y apelando a “los principios de responsabilidad individual y local.”
La razón de fondo era que un estado de economía libre, un mercado regulado por la “mano invisible” (metáfora de Adam Smith, aunque no fue él quien la acuñó) no podía desequilibrar el presupuesto tirando el dinero público a un pozo sin fondo e interviniendo en la iniciativa privada. En palabras de Hoover, “el deber primordial del gobierno es mantener los gastos con arreglo a nuestros ingresos. La prosperidad no puede restaurarse saqueando el Tesoro Público.”
Una forma de contener el gasto fue subir las tasas aduaneras a las importaciones europeas y desinvertir en el extranjero, lo que empujó a muchos países a la devaluación de sus monedas, al desabastecimiento y al empobrecimiento general. En Estados Unidos, la falta de recursos obligó a muchos propietarios de inmuebles a dejar de cobrar los alquileres. Era preferible, como decían en Alabama, “permitir que la gente viviese gratis en las casas que dejarlas a merced de los saqueadores para utilizarlas como combustible para sus estufas.”
En 1932 fue elegido presidente Franklin D. Roosevelt, que fue acogido por los más escépticos como “otro Hoover”: “un hombre agradable a quien, sin grandes cualificaciones para su cargo, no le importaría nada ser presidente.”


Franklin Delano Roosevelt

La crisis inmobiliaria tras el derrumbe de la bolsa de Nueva York llenó las calles y las carreteras de vagabundos. En las ciudades se levantaron barriadas de chabolas conocidas como “Hoovervilles”.


Chabolas en una "Hooverville"

El hundimiento de la agricultura forzó a los campesinos a buscar trabajo en otra parte, siguiendo una senda de explotación y padecimiento, como describieron Steinbeck y John Ford en  Las uvas de la ira.


Imagen del film Las uvas de la ira, de John Ford, basado en la novela homónima de John Steinbeck



Madre emigrante. Foto: Dorothea Lange, 1936

Era la oportunidad del Partido Comunista norteamericano y los activistas de izquierda, que afirmaban que en Rusia el desempleo era cosa del pasado y la agonía del proletariado una secuela del capitalismo.


Colas de indigentes frente un cartel de propaganda del "American Way of Life"

Los únicos peros eran su desprecio por las libertades individuales y la heterodoxia de antiguos exégetas del socialismo, como Bertrand Russell, André Gide, Arthur Koestler o Richard Wright.
Cuando en 1933 Roosevelt tomó posesión de la presidencia del gobierno, pocos confiaban en un discapacitado físico, inmovilizado en su silla de ruedas desde la infancia, a quien se le encomendaba la conducción de un carro lanzado cuesta abajo sin frenos y al borde de un acantilado. “Un gobernante”, alegó, “no tiene por qué ser acróbata.” En su discurso inaugural aseguró: “Lo único que hay que temer es el propio miedo… La nación exige acciones, y acciones inmediatas.”
Roosevelt elaboró un paquete de medidas legislativas para permitir la intervención del gobierno en la economía, algo que los conservadores denunciaron como “la más colosal invasión del espíritu de libertad que jamás ha visto la nación.” La primera medida fue un truco de magia: se declaró una feria nacional bancaria para aliviar la presión de los clientes sobre los bancos. Se prohibió la acumulación de oro en manos privadas y su exportación. Se promovió un fondo de garantías que tranquilizara a los pequeños ahorradores. Se creó empleo público reforestando bosques, reparando carreteras y rehabilitando edificios oficiales. Para evitar el desplome de los precios, se abonó a los agricultores la quema de sus cosechas y a los granjeros el sacrificio de millones de cabezas de ganado. Aquello sentó bien a los esquilmados bolsillos de los campesinos y mal a centenares de miles de indigentes.
En 1935 se abrió un agencia de promoción del empleo de enorme popularidad, la Works Progress Administration (WPA), que daría trabajo a nueve millones de personas.


Cartel de la Works Progress Administration

Agricultores solicitando subsidios de la WPA

El Proyecto Federal de Artes Escénicas, Artes Aplicadas y Escritores proporcionó entretenimiento a millones de espectadores y lectores, algo que se consideró como una auténtica revolución cultural.


El escritor Richard Wright formó parte del Federal Writer's Project

Pero competir con la iniciativa privada obligaba al gobierno a elevar los bajos salarios o bien soportar la ira de los políticos y populistas radicales, que recurrieron al discurso más furibundo. Uno de ellos, el senador Long, exigió el reparto de las grandes fortunas entre los necesitados.


El senador Huey Long

El irlandés Coughlin, conocido como “el cura de la radio”, aprovechó su retórica para embestir contra los banqueros, la ingeniería social del New Deal y la supuesta connivencia entre Roosevelt y el comunismo.


    
Dos imágenes de Charles Coughlin, "The radio priest"

Por su parte, el médico jubilado Francis Townsend inició una campaña para denunciar la precariedad de los pensionistas y las personas mayores con trabajo en precario. Townsend propuso que el gobierno entregase a cada persona de más de sesenta años una pensión de 200 dólares mensuales a condición de que todos renunciasen a su empleo y se gastasen ese dinero antes de fin de mes. Ello debía conducir al aumento del consumo y a la creación de nuevos puestos de trabajo. Los economistas advirtieron que el coste de la subvención esquilmaría las arcas del estado.


Francis Everitt Townsend


"Club Townsend" para jubilados de New Jersey

Roosevelt siguió con su línea de reformas, acentuando la importancia de la competitividad y el aumento de la fiscalidad sobre las grandes fortunas. Se inició un programa de electrificación rural, reducción del chabolismo y la construcción de pantanos.


Bonneville Dam (Oregon State Archives image No. OHD696)

Finalmente se implantó la Seguridad Social, que algunos norteamericanos denunciaron como una hija del socialismo que infringía los principios de la economía liberal.
La popularidad del presidente subió con sus íntimas “Charlas junto a la chimenea”, rápido atajo para llegar a las masas a través de la radio.


Roosevelt ante los micrófonos de la radio en 1937

Sin embargo, en junio de 1937 la bolsa cayó en picado, aumentó el desempleo y comenzó “la recesión de Roosevelt”, agravada por la actitud del ejecutivo al estilo de Hoover: “Todos firmes y tranquilos. La cosa se va a arreglar.
Aceptando la correlación entre gasto militar y capitalismo, lo que salvó al país fue el estallido de la Segunda Guerra Mundial. El ataque sobre Pearl Harbor y la entrada del ejército norteamericano en los campos de batalla europeos beneficiaría la industria, el empleo y la confianza en los líderes políticos.


Ataque japonés sobre Pearl Harbor en 1941

La nación entró en un ciclo de crecimiento jamás experimentado.
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P.S. El desplome de las bolsas  del mundo en septiembre y octubre de 2008 parecen anunciar una nueva Gran Depresión a escala planetaria.
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Extraído de: http://www.etnografo.com